La borracha que derrumbó el mito de que la policía es buena y todas las mujeres son víctimas

El feminismo argentino, aunque no puede justificarlo, pretende que una mera denuncia o acusación de una mujer sea sinónimo de culpabilidad. Solamente por la condición de género de la denunciante y la del varón del eventual acusado. Lamentablemente han ocurrido en el país diversos casos de escarmiento social de muchos hombres falsamente señalados. Varios incluso estuvieron detenidos hasta que la Justicia se expidió al respecto. No hace mucho, un joven de Bariloche se quitó la vida luego de las repercusiones de una falsa denuncia de abuso sexual. En los medios, los “colectivos feministas” disparan su munición gruesa en contra de los abogados defensores que se limitan a manifestar lo incuestionable, de que todos somos inocentes hasta que se demuestra lo contrario.

En la vereda de enfrente, como reacción al sinsentido de la izquierda, que lleva al feminismo como una de sus banderas principales, aparece un sector de la derecha que tiene una evidente tendencia a defender a la policía de forma sistemática y absoluta. Como si se tratara de un cuerpo homogéneo que necesitara ser protegido de la ola progresista políticamente correcta. Que la izquierda pretende desarmar e inutilizar a las fuerzas policiales, esto es cierto. Que el progresismo argentino siempre se pone del lado del delincuente en cada enfrentamiento con los oficiales, también es cierto. No hay que aclarar que estas dos cuestiones son peligrosas y merecen ser combatidas enérgicamente. Sin embargo, este espacio suele caer en el vicio del prejuicio de defender corporativamente a una institución que, también hay que decir, tiene una gran cantidad de hombres y mujeres que dejan muchísimo que desear.

Claro que la decadencia de las fuerzas de seguridad argentina no son más que el resultado de la decadencia general del país. Los ladrones que salen completamente drogados, dispuestos a matar o morir para hacerse de un teléfono celular o una moto, surgen del mismo extracto social de los hombres y mujeres que están armados en nombre del aparato represivo gubernamental. Esperar que la Argentina actual pueda ofrecer oficiales de policía del nivel del primer mundo es ilógico. La reconstrucción del tejido social será muy larga y trabajosa. El problema es que todavía ni siquiera empezamos la transición hacia la corrección.

Esta semana, Lorena Centurión, una oficial de la policía de la Ciudad de Buenos Aires, inmortalizó una penosa situación en un video que le costó su puesto. La decadencia absoluta de las imágenes deja en evidencia la realidad actual del país. Algo que los sectores más ideologizados de la izquierda y la derecha tienen inconvenientes en aceptar: que no todas las mujeres son víctimas (y tampoco dicen siempre la verdad) y que hay un número no menor de oficiales que son literalmente un desastre y una amenaza para la sociedad. Impresentables con armas y chapas que andan por las calles con peligrosa impunidad.

Ella, completamente borracha, iba en un auto con otro oficial que también tenía 1,82 gramos de alcohol en sangre. Los policías pretendieron cruzar un peaje de la Panamericana a contramano. Sí, leyó bien. A contramano. No obstante, esto no fue lo único insólito del episodio que trascendió y llegó a la prensa, al igual que a las redes sociales. Al ser demorados por colegas que sí estaban haciendo bien su trabajo, Centurión tomó su celular y amenazó a los policías que los detuvieron: si no los dejaban ir, ella llamaría a sus superiores, acusándolos de abuso sexual.

Dicho y hecho. Como se vio en las imágenes del bochornoso video, la mujer, completamente alcoholizada, se puso en contacto con su superior, en medio de una supuesta crisis de nervios, para denunciar el falso abuso. Afortunadamente todo quedó registrado y no hay nada que discutir. Claro, es importante acortar que no siempre hay un documento que colabore con una resolución inmediata de conflictos semejantes.

Al menos, este triste episodio dejó un par de recordatorios que habría que tener siempre presente, sobre todo en el marco de esta Argentina decadente de la actualidad: ni todas las mujeres son víctimas, ni todas las acusaciones son ciertas, ni todos los oficiales de seguridad son dignos de respeto.