Más de 60 años después de la «liberación», Cuba es un Estado esclavista comunista

En su libro Anarquía, Estado y utopía, Robert Nozick tiene un capítulo llamado «El cuento del esclavo» en el que explica las nueve fases desde los Estados más restrictivos hasta los más liberadores de la esclavitud. Escribe que, aunque las personas esclavizadas tengan ciertas formas de autogobierno, siguen estando esclavizadas. Se pregunta: «¿Qué transición del caso 1 al caso 9 hizo que dejara de ser el cuento de un esclavo?»

La pregunta de Nozick pone de manifiesto que no hay diferencia entre las personas sometidas a servidumbre y las que tienen ciertas libertades que un propietario puede quitarles en cualquier momento. Ambos son personas esclavizadas que deben responder a un amo; es sólo una cuestión de grados de servidumbre.

Nozick podría estar describiendo los fenómenos políticos y las relaciones sociales actuales de Cuba. Aunque los cubanos tienen derechos en virtud de una constitución, éstos siempre se ponen en tela de juicio. Los políticos y burócratas, como es lógico, son codiciosos, buscan su propio beneficio y se aprovechan de las situaciones para su propio progreso.

Así, no debería ser difícil entender que los tiranos busquen poner cadenas de servidumbre a su población. Algunos han argumentado que, aunque estas cadenas sean truculentas y gratuitas, la reprimenda debe recaer sobre los gobernantes y no sobre el propio sistema. La pretensión de este ensayo no es otra que exponer cómo el argumento de Nozick, aunque controvertido, es fructífero para explicar las condiciones anormales de los cubanos.

La discreta esclavitud de Cuba se ejemplifica con las circunstancias económicas que encuentran los trabajadores. Según Bloomberg, la inflación en Cuba terminó en un 71 % en 2021 en medio de las reformas para deshacerse de la dualidad monetaria. Esta cifra adquiere más significado si el lector asume que la inflación es una forma de impuesto. Cuando el gobierno cubano paga a sus ciudadanos imprimiendo dinero en lugar de utilizar moneda sólida y beneficios reales, el Estado cobra impuestos adicionales a sus ciudadanos. Nadie puede cubrir sus gastos cuando los planificadores centrales y los funcionarios públicos corruptos les quitan el 71 % de sus ingresos. Después de la devaluación de la moneda, no queda mucho.

Asimismo, las «tiendas de moneda libremente convertible» desempeñan un papel masivo en la discriminación de los ciudadanos. Según Reuters, el economista David Pajón, residente en Cuba, dijo que estas tiendas son una fuente de desigualdad. Para ponerlo en contexto, sólo las personas que tienen divisas pueden comprar en estas tiendas, lo que significa que sólo los cubanos con familiares fuera del país que les envían dinero pueden comprar en ellas. Además, mientras el gobierno promueve políticas para ayudar a los menos afortunados, abre tiendas a las que no pueden acceder los trabajadores normales. Este maquiavélico esquema engendra una jerarquía en la que los que tienen parientes en el extranjero son privilegiados, mientras que el resto se queda atrás.

Los cubanos ni siquiera pueden quejarse de estas faltas económicas porque la libertad de expresión está restringida. Human Rights Watch afirma:

El gobierno ha impuesto en repetidas ocasiones restricciones selectivas y arbitrarias en Internet contra críticos y disidentes, incluso en el marco de sus continuos abusos sistemáticos contra artistas y periodistas independientes.

La élite amenaza constantemente a las personas que expresan lo que piensan en las redes sociales, y el gobierno ha declarado que sólo los periodistas autorizados tienen derecho a cubrir las noticias en la isla.

A la cuestión de la libertad de expresión contribuye el hecho de que los periodistas carecen de herramientas para realizar su trabajo. Suzanne Bilello argumentó en un informe de 1997:

Aquellos que en Cuba intentan establecer una prensa libre se enfrentan a importantes obstáculos internos, como la falta de suministros rudimentarios, como bolígrafos y cuadernos, recursos financieros inadecuados y prácticamente ninguna exposición al funcionamiento de los medios de comunicación independientes.

Incluso si fuera posible publicar a pesar de todo el acoso sufrido, los periodistas luchan por conseguir suministros y pagar una conexión estable a Internet. Aunque estos problemas son muy notorios cuando se busca un periódico que no apoye al régimen, pocas organizaciones internacionales han cubierto el tema adecuadamente.

Viajar a otro país no es una alternativa para los cubanos. Si alguien es sorprendido haciendo una balsa o saliendo de la isla por otro medio que no sea el aéreo, es castigado severamente e incluso encarcelado. Sin embargo, las regulaciones a los ciudadanos nacionales son minúsculas comparadas con las que se imponen a los extranjeros.

Por ejemplo, el año pasado se impidió a la periodista cubana Karla Pérez González volver a la isla por sus críticas a la dictadura comunista. Otro ejemplo notable fue el caso del YouTuber cubano Ruhama Fernández a la que se le prohibió viajar fuera de la isla a pesar de que tenía un visado para visitar los Estados Unidos para asistir a conferencias.

La agencia de seguridad nacional del Estado rastrea la ubicación, las reuniones y las acciones de todos los disidentes, algo así como el Gran Hermano de 1984. Para diezmar aún más la moral del lector en este tema, los disidentes son siempre arrestados bajo interpretaciones subjetivas de lo que la agencia considera que va contra la patria.

Los periodistas independientes argumentan que mientras el sistema regula todos los elementos mencionados anteriormente, sus administradores son corruptos. Una suposición tan inocente se rompe con la lógica de Nozick. Incluso si los administradores fueran eliminados y sustituidos por ángeles, la condición de esclavitud de Cuba no cambiaría ni un poco. Tal vez las condiciones de la clase baja podrían ser mejores, pero la gente seguiría siendo esclava del Estado: lo que Spencer también llamó «la esclavitud que viene».

La cuestión de Cuba no es un problema de administradores, de ángeles, ni siquiera de demonios: es como un árbol con raíces envenenadas. O se planta una nueva semilla o se cortan las raíces que afectan al árbol. Dado que es imposible «plantar» una nueva Cuba, aunque Miami podría considerarse una extensión cultural de Cuba, curar la herida de Cuba podría ser un enfoque más razonable. Así pues, ahora surge una pregunta: ¿Cómo se puede curar a Cuba de la tiranía putrefacta que padece?

Una cuestión así requiere más profundidad que un simple ensayo. A pesar de ello, un excelente punto de partida sería asumir que el sistema de Fidel Castro está condenado y necesita ser sustituido por un sistema que premie el individualismo como valor social fundamental. Esto podría manifestarse como la apertura de los mercados, la concesión de derechos individuales y la restricción de los legisladores despóticos.

La libertad es un elemento esencial en la construcción de toda sociedad respetable. José Martí, el héroe nacional de Cuba, dijo con perspicacia «La libertad es el derecho de todo hombre, a ser honesto, a pensar y a hablar sin hipocresía». Si un hombre no puede actuar, hablar o pensar como le plazca, no es más que un sirviente.

Este artículo fue publicado inicialmente en Mises.org

Carlos Martínez es un estudiante universitario cubanoamericano que asiste a la Universidad de Rockford. Está cursando una licenciatura en economía financiera. Actualmente, tiene un título de Asociado en Artes con un enfoque en economía y análisis de datos.